Mes de los abuelos. Año de la familia

 

Si los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas,

los ancianos tienen las llaves”.

 

La fiesta de los abuelos de Jesús, papás de la Santísima Virgen María, San Joaquín y Santa Ana, el pasado 26 de julio, ha sido un preludio de la celebración de los abuelos y del adulto mayor durante este mes de agosto, conforme a nuestro programa celebrativo del Año de la familia en la Arquidiócesis de Xalapa.

 

Así que, del día de los abuelos, pasamos ahora al mes de los abuelos, porque no nos alcanza un día para celebrar y manifestar nuestra admiración, cariño y gratitud a nuestros abuelos y ancianos que llenan de ternura y esperanza nuestros hogares.

La familia no deja de desvelar con sorpresa su inmensa riqueza. De ahí que hayamos visto la necesidad de celebrar y reafirmar estos aspectos que conforman el carácter sagrado de la familia fundada por Dios: el amor y la ilusión de los esposos; el misterio y la maravilla de la vida humana naciente; la ternura e inocencia de los niños; la alegría, el vigor y la promesa de la juventud; y, el consejo, la sabiduría, la paciencia y el especial afecto de los abuelos y los ancianos.

 

Aún con el impacto negativo que está teniendo en nuestras familias la complejidad cultural de los últimos tiempos, nuestro pueblo se sigue distinguiendo por manifestar una especial devoción a los abuelos, viéndolos e integrándolos como una parte fundamental para la vida de la familia, y especialmente para la educación y el cuidado de los hijos y los nietos.

 

Además de los valores que hemos heredado de nuestros antepasados, la fe cristiana de nuestro pueblo ha afianzado el respeto y el cariño a los abuelos, para valorarlos, integrarlos y atenderlos. Esta actitud se inspira en la forma como la Sagrada Escritura se refiere a los ancianos, como se lee en los siguientes textos:

 

“Te levantarás delante del anciano, y serás respetuoso con las personas de edad. Así temerás a tu Dios” (Lev 19, 32).

 

“Hijo mío, socorre a tu padre en su vejez y no le causes tristeza mientras viva. Aunque chochee, sé indulgente con él; no lo desprecies, tú que estás en pleno vigor” (Eclo 3, 12-13).

 

“Hagamos el elogio de nuestros padres según sus generaciones. Ellos fueron hombres de bien, cuyos méritos no han quedado en el olvido. En sus descendientes se conserva una rica herencia” (Eclo 44, 1.10-11).

 

Por su parte, San Mateo y San Lucas dedicaron un amplio espacio en sus Evangelios a la genealogía de Jesús, lo que nos impulsa a reconocernos como parte viva de esta historia, en la que el Señor por su infinita misericordia nos ha llamado a la vida. Por las obras y el legado de nuestros antepasados contamos con una tierra buena en la que se hunden nuestras raíces, las cuales aseguran una buena cosecha.

 

Además de todo lo que han construido para nosotros, los abuelos en el día a día nos hacen experimentar la ternura de Dios. Y con su sabiduría y experiencia, la cual ha quedado de una gran trayectoria de vida, nos ayudan a relativizar nuestras derrotas, a no eclipsarnos con el mal y, sobre todo, a fijarnos en todo lo bueno que nos rodea.

A ellos se refiere el Papa Francisco con estas palabras: “Cuando estábamos creciendo y nos sentíamos incomprendidos o asustados por los desafíos de la vida, se fijaron en nosotros, en lo que estaba cambiando en nuestro corazón, en nuestras lágrimas escondidas y en los sueños que llevábamos dentro. Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos. Y es gracias también a este amor que nos hemos convertido en adultos”.

 

Por medio de ellos nos fortalecemos y maduramos, y delante de sus limitaciones y enfermedades crecemos en el amor, al cuidarlos con la delicadeza con las que ellos en su momento nos asistieron. Con el cuidado y el cariño que les ofrecemos en esos momentos difíciles ensanchamos nuestra capacidad de amar.

 

En la celebración de la III Jornada mundial de los abuelos y los ancianos, el pasado 23 de julio, el papa Francisco destacaba en su homilía: “Venimos a este mundo en la pequeñez, nos convertimos en adultos, después en ancianos; al principio somos una pequeña semilla, después nos nutrimos de esperanzas… Realizamos proyectos y sueños, el más hermoso de los cuales es llegar a ser como ese árbol, que no vive para sí mismo, sino para dar sombra a quienes desea y ofrecer un espacio a los que quieren construir allí un nido”.

 

Y más adelante destacó: “Los abuelos son hermosos como estos árboles frondosos, bajo los cuales los hijos y los nietos realizan sus propios ‘nidos’, aprenden el clima de familia y experimentan la ternura de un abrazo… Hermanos y hermanas, necesitamos una nueva alianza entre jóvenes y ancianos, para que la linfa de quien tiene a sus espaldas una larga experiencia de vida irrigue los brotes de esperanza de quien está creciendo”.

 

Retomando nuestras tradiciones y la riqueza cultural cristiana que he presentado, exhorto a los sacerdotes para que celebren a los abuelos, para que los acojan en el nombre de Jesús, los escuchen, confiesen y bendigan. Pido a toda la comunidad diocesana que volteemos a ver a nuestros abuelos y ancianos para manifestarles nuestro afecto y gratitud, así como para ir creando conciencia acerca de los cuidados, la comprensión, la paciencia y el amor que necesitan, especialmente los que corren el riesgo de vivir en el abandono esta etapa de su vida.

 

Que su presencia en nuestras familias nos permita llenarnos de su amor y ensanchar nuestra capacidad de amarlos.

 

Que Jesús, pues, entre en nuestra vida. Valoremos y cuidemos todas estas dimensiones fundamentales en la vida de la familia, reconociendo la aportación de cada uno de sus miembros, pues como señala el papa Francisco: “Si los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos tienen las llaves”.

 

Les recomiendo, para el presente mes de agosto, esta hermosa oración escrita por el papa Benedicto XVI, para estar pidiendo por nuestros abuelos y ancianos:

 

Señor Jesús, Tú que naciste de la Virgen María,

hija de San Joaquín y Santa Ana.

Mira con amor a nuestros abuelos de todo el mundo.

Protégelos: son fuente de riqueza para las familias,

para la Iglesia y para toda la sociedad.

 

Sostenlos: también en la vejez continúan siendo

para sus familias pilares fuertes de fe evangélica,

custodios de los nobles ideales de la familia,

tesoros vivientes de sólidas tradiciones religiosas.

 

Haz que sean maestros de sabiduría y de valores,

que transmitan a las generaciones futuras

los frutos de su experiencia humana y espiritual.

 

Señor Jesús, ayuda a las familias y a la sociedad

a valorizar la presencia y el papel de los abuelos.

Que nunca sean ignorados o excluidos,

sino que encuentren siempre respeto y amor.

 

Ayúdales a vivir serenamente y a sentirse acogidos

por todos los años que tú les has concedido.

 

María Madre de todos los vivientes,

protege siempre a los abuelos,

acompáñales en su peregrinaje terreno,

y con tus oraciones obtén que todas las familias

se reúnan un día en la patria celestial,

donde esperas a toda la humanidad

para el gran abrazo de la vida sin fin. ¡Amén!

 

<< Con María, todos discípulos misioneros de Jesucristo. >>

 

Xalapa de la Inmaculada, Ver., 1° de agosto de 2023

 

Mons. Jorge Carlos Patrón Wong

V Arzobispo de Xalapa

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